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Todos quieren ser periodistas, pero pocos comprenden el peso de la responsabilidad

Vivimos en una era donde todos tienen una cámara en el bolsillo, una cuenta con seguidores y acceso a plataformas que permiten publicar contenido en segundos. Las redes sociales han democratizado la información, sí, pero también han borrado líneas esenciales entre el periodismo profesional y el sensacionalismo irresponsable. Hoy, cualquiera se siente periodista. Y eso es un problema.


Ser periodista es más que tener acceso a una noticia. Es comprender el valor de la verdad, el respeto por los hechos y, sobre todo, la responsabilidad de informar sin causar daño. Sin embargo, día tras día vemos cómo se violan principios éticos fundamentales en nombre de los “likes”, los “views” o el “primero en publicar”.


Pero este fenómeno no es culpa exclusiva del usuario común. Algunos medios de comunicación tradicionales han sido cómplices al legitimar estas prácticas, compartiendo contenido grabado por personas sin formación y otorgándoles crédito como si fuesen reporteros. Al hacerlo, no solo promueven la desinformación, sino que desprecian el trabajo de miles de profesionales del periodismo que se han preparado rigurosamente, muchos de los cuales permanecen desempleados o subutilizados, pero dispuestos a servir con ética y vocación.


¿A qué costo?


Casos recientes evidencian una tendencia alarmante: personas que sin preparación alguna publican fotos de escenas trágicas, como accidentes fatales, incluso antes de que las familias hayan sido notificadas. El dolor de perder a un ser querido ya es inmenso; enterarse a través de una foto viral en redes sociales es una crueldad inaceptable.


También es común ver imágenes o videos difundidos con señalamientos públicos que destruyen reputaciones, sin validar la veracidad del hecho, sin contexto, sin derecho a defensa. Hoy se condena a través de una historia de Instagram. Mañana, la verdad llega… pero el daño ya está hecho.


Y quizás lo más indignante: la grabación de actos violentos. En lugar de intervenir, de llamar a las autoridades o brindar ayuda, hay quienes prefieren filmar la agresión para subirla en redes y ganar notoriedad. La humanidad cede ante la viralidad. La empatía es desplazada por el algoritmo.


El periodismo no es una moda ni un juego. Es una profesión que requiere formación, compromiso y un código de ética que no puede ignorarse. La información tiene poder, y el poder mal usado puede destruir vidas, comunidades y credibilidad.


Es hora de reflexionar. Las redes sociales no otorgan el título de periodista. La inmediatez no justifica la irresponsabilidad. Y los derechos de las víctimas y sus familias siempre deben estar por encima del morbo.

Informar no es solo contar lo que ocurre. Es decidir cómo, cuándo y para qué se cuenta. Porque detrás de cada historia hay seres humanos. Y eso, jamás debe olvidarse.

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